Sexología
El término sexología –sexualwissenschaft– fue acuñado a principios del siglo pasado por el médico alemán Iwan Bloch. Sus trabajos y el de sus colegas, Albert Moll y Magnus Hirschfeld, entre otros, representan el origen del estudio científico de la sexualidad (Brecher, 1979). El concepto fue definido por el Dr. Helí Alzate (1934 – 1998), médico pionero de la investigación en esta área del conocimiento en América Latina, de la siguiente manera:
«Lato sensu, la sexología es el estudio científico de la sexualidad animal en general. Stricto sensu es el estudio científico de todos los aspectos de la sexualidad y la función sexual humanas. Si solo se considera el aspecto placentero de la función sexual humana, es decir, el erotismo, su estudio se denomina, más apropiadamente, erotología» (Alzate, 1987, p. 5)
Como se pudo constatar, esta definición, del que fuera docente de la Universidad de Caldas y mentor de los miembros de nuestro grupo de sexología, hace énfasis en la importancia del estudio de la función erótica como una función sexual específica y diferente de la función reproductora. Para él, la función sexual humana comprende cinco (5) fases: apetitiva, relacional, estimulatoria, excitatoria y orgásmica; y tres (3) planos: psíquico o central, somático o periférico y externo o comportamental. Además, asegura que la comprensión cabal de la sexualidad humana implica tanto el conocimiento de su substrato biológico (genético, hormonal, neurofisiológico) como del superestrato ideológico, sociocultural e histórico, que determina las expresiones comportamentales. Todas estas dimensiones constituyen un modelo integrador de la Función Sexual Humana mucho más amplio y completo, que los modelos clásicos de la Respuesta Sexual Humana propuestos por Helen Kaplan, y Masters y Johnson, a quienes Alzate censura, sin dejar de reconocer la importancia de sus contribuciones, por el reduccionismo somato-fisiológico de sus definiciones.
Por lo tanto, la concepción de Alzate (1997) acerca de la sexología se concreta en los siguientes términos (los cuales hemos adoptado como guía de nuestro trabajo):
Porque ella tiene que ver con muchos otros conocimientos humanos, la sexología es una disciplina científica muy compleja. Es a la vez ciencia natural (biológica) y ciencia humana (cultural); es scientia gratia scientiae, porque su fin es la búsqueda del saber cómo tal. Por consiguiente, es (o debe ser) esencialmente investigativa, aunque el conocimiento que genera tiene dos aplicaciones muy útiles: la educación y la terapia sexuales. No obstante, el (la) educador(a) sexual y el (la) sexoterapeuta no son necesariamente sexólogo(a)s, porque la relación fundamental entre ellos y el sexólogo propiamente dicho es similar a la que existe entre el intérprete de Mozart y Mozart mismo. Sexólogo es, entonces, «la persona que posee sólidos conocimientos en todos los campos relacionados con la sexología, y ha hecho contribuciones teóricas o experimentales significativas al acervo del saber sexológico» (Alzate, 1987). Por supuesto, es casi imposible que todos los requisitos sean cumplidos desde el comienzo por las personas seriamente decididas a estudiar la sexología, pero es el objetivo que deben tratar de alcanzar (Alzate, 1997)
La sexología ha avanzado con dificultad, fundamentalmente por dos de sus características: primero, por la complejidad de su objeto de estudio que exige un abordaje multidisciplinar, y segundo, por las implicaciones de regulación y control sobre la moral, la política y la economía, que ejercen las instancias de poder sobre la vida sexual (Quiroz, 2017). Dadas las barreras científico-técnicas, éticas e ideológicas, y la presencia de intereses políticos y comerciales, el desarrollo de la investigación científica sexológica se ha visto obstaculizado desde su origen, en la primera mitad del siglo XX. Basta recordar que en 1933 el régimen Nazi quemó públicamente los libros y archivos de la biblioteca del Instituto Sexológico de Berlín, fundado por Hirschfeld en 1918 (Brecher, 1979).
Las limitaciones históricas de la sexología como ciencia, se reflejan en la escasez y debilidad, conceptual y metodológica, de los procesos de intervención que de ella se derivan y que han afectado negativamente los enfoques y técnicas con los que se debe trabajar en la terapia y la educación sexual (Alzate, 1987; Arcila Rivera, 2014; Useche, 1999a). Por esta razón, se considera que la implementación de intervenciones terapéuticas o educacionales individuales, o de programas y/o proyectos de prevención y promoción de la salud sexual en grupos poblacionales, sin otorgar la debida importancia al conocimiento científico sexológico que las fundamente, conduce a una actividad poco eficiente.
Para avanzar en el complejo estudio de la sexualidad humana y, en particular, de su función erótica, se exige superar el viejo dualismo cartesiano y comprender la dialéctica de las intrincadas interacciones que existen entre el substrato anatomo-fisiológico de la función sexual, sus componentes psíquicos, psicofisiológicos y psicosociales, y los determinantes socioculturales de las diversas expresiones de la sexualidad y la conducta sexual (Alzate, 1987; Useche, 1999a). En otras palabras, aunque hay aspectos específicos de la medicina sexual y de la psicología, o la sociología de la sexualidad, el sexólogo, el terapeuta y el educador sexual, requieren de una formación sexológica, transdisciplinar y específica, que les permita superar todo tipo de reduccionismos, para lograr éxito y eficacia en su trabajo científico y profesional. Tan evidente ha sido la realidad del objeto de estudio científico de la sexualidad, que médicos pioneros, como Hirschfeld o Havelock Ellis, no se limitaron al estudio de los correlatos o fundamentos bio-fisiológicos de la función sexual, sino que ampliaron su área e investigaron aspectos psicológicos y socio-antropológicos, íntimamente relacionados. De hecho, Hirschfeld, hace un siglo, dedicó varios años a recorrer el mundo, promoviendo reformas sociales y políticas para despenalizar comportamientos sexuales que, siendo normales, estaban proscritos por razones políticas o religiosas (Brecher, 1979).
De manera similar, en la actualidad, para resolver los problemas sexuales por los que consultan las personas, y para prevenir y promover la salud sexual de las poblaciones, no basta con los aportes de la bio-medicina. Por el contrario, hay que conjugar eficientemente estos conocimientos con otros, provenientes de las humanidades y las ciencias sociales, como la psicología, la antropología, la sociología, el derecho, la política, la economía, la historia, la moral, la filosofía, entre otras (Alzate, 1987).
En suma, podría considerarse que la sexología es una transdisciplina que busca el estudio científico de la función y el placer sexual mediante un método y un cuerpo de conocimientos propios e independientes; de esta manera, se evita el reduccionismo que ofrece el estudio de la sexualidad uni-disciplinar (Quiroz, 2017). Entonces, con la adecuada articulación de nociones provenientes de disciplinas diversas, se pueden establecer puentes entre las ciencias del hombre y la naturaleza, y conectar la comprensión de la sexualidad humana en sus esferas biofísicas, antropo-sociales y psico-culturales.
En ese sentido, los sexólogos, cualquiera que sea el país donde trabajen, no se deben limitar a la importación o repetición acrítica de modelos foráneos, sino que, por lo contrario, deben ser consecuentes con su carácter de investigadores y generadores de nuevo conocimiento, dado que la sexología implica una búsqueda constante, sistemática y rigurosa de la verdad, y de nuevos paradigmas que permitan explicar la sexualidad, especialmente aquellos sobre el placer sexual en contextos sociohistóricos específicos. Luego, a la vez que se retoman los avances de la ciencia sexológica a nivel internacional y sus aportes universales, se debe promover el estudio y la investigación sobre la función sexual, el comportamiento y la salud sexual en las realidades particulares de cada país. En este proceso, puede reconocerse fácilmente que la sexualidad de las personas, aunque tiene un fundamento biológico, se encuentra altamente regulada por las influencias de la sociedad, la cultura y del medio ambiente (Arcila Rivera, 2011).
En resumen, el énfasis de la sexología es estudiar la función placentera con un carácter de ciencia transdisciplinar; por lo tanto, rebasa los límites del campo de la salud sexual y reproductiva, y de su manejo estrictamente biomédico. Por ejemplo, las técnicas de reproducción asistida que tienen un enfoque exclusivamente biomédico, tales como la fecundación in vitro convencional o por micromanipulación, pueden ser del interés del sexólogo, pero no son su objeto de estudio principal.
La transdisciplinariedad se caracteriza por abordar la generación de conocimiento desde perspectivas diferentes, que se integran y apuntan a lograr una comprensión de mayor completitud y poder explicativo que el conocimiento brindado por la sumatoria del conocimiento biomédico, más el conocimiento psicológico y sociológico de lo sexual, y pueden adicionarse otras ciencias o disciplinas. En este sentido, la transdisciplinariedad, a la vez que se orienta a superar la yuxtaposición de conocimientos inconexos y descontextualizados, tomados de aquí y de allá, tan común entre quienes se denominan a sí mismos “sexólogos”, busca superar esta situación y servir como un sólido fundamento a la terapia y a la educación sexual.
La insistencia para estudiar el sexo y la sexualidad desde una perspectiva transdisciplinar no es reciente. La OMS había hecho este llamado desde 1975, año en que propuso superar el estudio uni-disciplinar de sexualidad, argumentando que esta vía generaba conocimientos fragmentarios, parciales, marginales, contradictorios e inconexos, caracterizados por no ofrecer soluciones reales a las necesidades de terapia y educación sexual de las personas. (Mace, Bannerman, Burton, & Organización Mundial de la Salud, 1975).
Ejemplo de esta problemática: el fracaso de los programas académicos de educación sexual que se crearon en Colombia a partir de la expedición del Plan Nacional de Educación Sexual en 1993. Una de las causas de dicho fracaso fue considerar que cualquier profesional de la sociología, la antropología y la biología, entre otros, podía ejercer como educador sexual sin haber recibido primero una formación sexológica específica y transdisciplinar. El fracaso se explica porque el psicólogo por ser psicólogo, el médico por ser médico u algún otro profesional, no cuenta con formación sexológica rigurosa, porque esa formación, con contadas excepciones, no se brinda en las respectivas facultades universitarias. De igual manera, hay una enorme diferencia entre un psicólogo, un antropólogo o un sociólogo – para mencionar apenas algunas profesiones- y un psicólogo, antropólogo o sociólogo con formación sexológica; Eli Coleman -psicólogo-, Gilbert Herdt -antropólogo-, Ira Reiss -sociólogo-, son excelentes ejemplos de científicos y profesionales contemporáneos que pueden llamarse sexólogos, sin ruborizarse.
En ese sentido, el sexólogo debe ser un estudioso de las ciencias naturales básicas y aplicadas, dado que la sexualidad de nuestra especie es producto del proceso evolutivo; y a la vez, un estudioso de las ciencias humanas debido a la injerencia de la sexualidad en todas las actividades sociales y humanas. Dada la complejidad y dada la escasez de conocimiento sexual científico, el sexólogo “[…] debe ser ante todo un investigador, debe poseer profundos conocimientos en las distintas áreas -biología, antropología, sociología, psicología y demás- que contribuyen a la comprensión de la sexualidad” (Useche, 1999b). Es decir, el verdadero sexólogo, es, en esencia, un estudioso de lo complejidad de su objeto (Maldonado, 2005; Maldonado & Gómez, 2010), y no, como suele pensar la mayoría de la gente, gracias a la popularización y banalización que explotan los medios masivos de comunicación, que el “sexólogo” es alguien que simplemente promueve el uso de vibradores y juguetes sexuales, o es “experto” en aconsejar la mejor manera de estimular el “punto G”. Es en este sentido que Helí Alzate criticó a los “numerosos charlatanes que se proclaman ʻsexólogosʼ y, sobre todo, ʻterapeutas sexualesʼ, que explotan la buena fe de las personas necesitadas de ayuda”. Y cuyo entrenamiento se limita “[…] a la asistencia a un ʻseminarioʼ o ʻtallerʼ realizado por otro charlatán más madrugador” (Alzate, 1987, p. 8).
Por: German Quiroz MD, Especialista en Sexología Clínica
Referencias
Alzate, H. (1987). Sexualidad humana. Bogotá: Temis.
Alzate, H. (1997). La sexologie a l’université de Caldas, Manizales, Colombie. Arléa-Corlet, 47-51.
Arcila Rivera, A. (2011). Documento maestro de acuerdo con el decreto 1295 de 2010.
Arcila Rivera, A. (2014). Comportamiento sexual: entre la biología, la moral y el derecho (Primera edición). Manizales, Colombia: Editorial Universidad de Caldas, Facultad de Ciencias de la Salud.
Brecher, E. M. (1979). The sex researchers. Specific Press.
Mace, D. R., Bannerman, R. H. ., Burton, J., & Organización Mundial de la Salud. (1975). Las enseñanzas de sexualidad humana en las escuelas de formación de profesionales de la salud. Ginebra: Organización Mundial de la Salud.
Maldonado, C. E. (2005). El sexo como una expresión de la complejidad de la vida. Un ensayo de filosofía de la biología. En J. Escobar Triana, L. Nieto Huertas, & L. G. Baptiste Ballera (Eds.), Bioética y sexualidad (1. ed, pp. 143-162). Bogotá: Ed. El Bosque.
Maldonado, C. E., & Gómez, N. A. (2010). El mundo de las ciencias de la complejidad: Un estado del arte (Primera edición). Bogotá D.C: Universidad del Rosario.
Quiroz, G. (2017). Categorías de los diagnósticos de la identidad de género en el DSM y la CIE: Una revisión crítica. Universidad de Caldas.
Useche, B. (1999a). Educación sexual con fundamento Científico. En 5 estudios de Sexología (pp. 17-50). Manizales, Colombia: ARS Ediciones.
Useche, B. (1999b). El médico y la salud sexual. En Cinco estudios de sexología (pp. 95-118). ARS Serigrafía Ediciones.